14 may 2018

Una mañana...

Amanece.
Ella se medio despierta echando pestes del medicamento que le recetaron para poder dormir, pero motivada por el aroma a cafecito de olla que sale de la cocina.

Él prepara ése café, no sin antes haber puesto en Youtube una playlist de Vivaldi para que ella se relaje y se vuelva a dormir, es muy temprano aun.

Ella cae en la amorosa trampa y se duerme otra media hora, pero al despertar nuevamente toma su móvil y le marca a alguien para contar los detalles de la fiesta de su nieta que fue un día antes.
La conversación fluye de maravilla y se prolonga, tanto que, él con su prisa habitual ya lleva su almuerzo en mano y con el ademán de siempre se despide de ella y sale de casa.

Ella voltea a la derecha y observa los rayos de sol que entran por las amplias ventanas ya con las cortinas abiertas hacia la mesa. Y ahí se encuentra un plato muy lleno de fruta picada con una taza de café caliente a lado...

Ella termina su conversación y cuelga el móvil y procede con toda la dificultad que las crecientes limitaciones de su cuerpo a levantarse a desayunar y a disfrutar de la tranquilidad que aun le ofrece la casa a esa hora... antes de que bajen las demás habitantes con sus faenas diarias.
Y se pone a observar por esa ventana la vista panorámica de la ciudad... la misma ventana que 37 años antes justamente él de decía: "Mira: yo si te pongo la ciudad a tus pies."

Ella sonríe levemente y empieza a tomar de su café antes de que se enfríe. Después de todo piensa que mejor compañero de vida no pudo haber escogido.



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